El capítulo 11 de Hebreos concluye describiendo las hazañas de varios hombres y mujeres que triunfaron por la fe. Hay dos grupos de personas entre ellos: los que fueron evidentemente victoriosos por la fe, y los que aparentemente fueron derrotados a pesar de la fe.
Es fácil identificarse con el primer grupo. Se trata de hombres como Gedeón, Barac y Sansón, que fueron jueces famosos en Israel, y que Dios utilizó para liberar a su pueblo. Hubo hombres como Daniel, que sobrevivió milagrosamente una noche en un foso con leones. También hubo hombres como Elías, que derrotó a 450 falsos profetas haciendo caer fuego del cielo.
Sin embargo, hubo otros hombres y mujeres de fe que fueron arrojados al foso de los leones y despedazados inmediatamente; o hubo quienes fueron acusados de herejes por falsos profetas, siendo arrojados a la cárcel. Muchos de los testigos fieles de Dios han sido apedreados, aserrados, asesinados a espada y reducidos a la miseria (v. 37). ¿Por qué? Aunque Dios nunca cambia, él no siempre actúa de la misma manera. La fe comprende que él es perfecto en sus caminos, y que siempre obra todas las cosas para el bien de los que lo aman (véase Ro. 8:28). En un futuro cercano, él manifestará el triunfo de la fe a través de sus santos en cada época y en cada circunstancia, y todo esto redundará para su propia alabanza y gloria.
¿Acaso la fe de quienes sufrieron fue en vano? Cuando estemos en la gloria y nos encontremos con estos héroes de la fe, creo que nuestra pregunta será contestada inmediatamente. Quienes sufrieron con Cristo, reinarán con él. “Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús” (He. 12:1-2).