El Señor está cerca: Jueves 7 Marzo
Jueves
7
Marzo
Amados, yo os ruego… que os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma.
1 Pedro 2:11
Deseos carnales

La vida de Sansón había comenzado bajo circunstancias muy favorables, y su testimonio podría haber sido útil y de mucha bendición. Su fe era real, su alma estaba en relación con Dios, y había evidencias de la vida divina en él, aunque sin frutos duraderos. Finalmente, su utilidad y bendición se perdieron debido a los deseos carnales.

No pensemos que no nos puede pasar a nosotros. Seamos jóvenes, adultos o ancianos, porque si Dios no nos guarda, todos corremos el peligro de caer de la misma forma. Sería bueno leer de vez en cuando las palabras y advertencias de Proverbios 7 y pensar en la vida de Sansón. Recordemos las enseñanzas de la Palabra de Dios. Creamos firmemente que Dios es capaz de guardarnos. “Cuando yo decía: mi pie resbala, tu misericordia, oh Jehová, me sustentaba” (Sal. 94:18). Cuando Pedro se hundía en el mar de Galilea, Jesús extendió inmediatamente su mano y lo sostuvo (Mt. 14:30-31).

Es absolutamente necesario estar en guardia. Cuando descendió por primera vez a Timnat, Sansón nunca imaginó que acabaría en una prisión filistea. En aquel entonces, todo le parecía atractivo. Sin embargo, los ojos que se fijaron en la joven filistea un día le serían arrancados; y que la fuerza con la que mató al león le sería arrebatada. Después de Sansón vino Samuel. Ambos fueron consagrados y criados en condiciones similares, pero uno desperdició su vida, mientras que el otro vivió conforme a la voluntad de Dios y produjo frutos perdurables.

Si somos conscientes de que el Padre nos ama, y respondemos amando al Padre y al Señor Jesús, entonces nuestro gusto por las cosas del mundo desaparecerá. En cambio, si permitimos que el mundo entre en nuestro corazón y en nuestra vida, y si amamos lo que el mundo ama, ya no gozamos del amor del Padre. “Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él… pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre” (1 Jn. 2:15, 17).

G. André