está cercano.
Todos los sacrificios en Israel debían ir acompañados de una ofrenda de harina y una ofrenda de vino. La cantidad de estos elementos, que acompañaban los sacrificios, dependía del animal que se ofrecía. El sacerdote derramaba el vino de esta ofrenda cuando quemaba el sacrificio en el altar. El sacrificio podía arder durante horas antes de consumirse.
Al escribirle a los filipenses desde la cárcel en Roma, el apóstol Pablo comparó su inminente muerte con una libación derramada sobre el gran sacrificio de la fe de los filipenses. Es decir, Pablo resalta que la conversión de los filipenses y el servicio que ellos realizaban era el sacrificio principal, mientras que su muerte sería solo un complemento. Quedamos sin palabras ante la humildad de este siervo de Dios. La muerte de Pablo completaría, por así decirlo, el servicio que los filipenses estaban realizando para el Señor, y sería un olor grato para el Señor. A sus ojos, el servicio de ellos era mucho más importante que el sacrificio de su vida. Pablo no se puso en el primer lugar, sino que se olvidó de sí mismo y se dedicó a destacar el servicio de los que, mediante él, habían creído. Cuando vemos cuánto utilizó el Señor a Pablo en su servicio, nos sentimos inclinados a juzgar de otra manera. Sin embargo, ¡cuánto podemos aprender de su ejemplo!
Cuando se acercó el momento de su comparecencia final ante el emperador Nerón, Pablo volvió a referirse a su martirio como una “libación”. El momento de su partida estaba cercano. No buscaba grandes conmemoraciones aquí. La obra del Señor continuaría por medio de aquellos que habían creído.