En Marcos 3, Jesús eligió a doce discípulos para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar cuando llegara el momento. Durante aproximadamente un año lo acompañaron, observando su andar perfecto y la mansedumbre con la cual interactuaba con las personas. En Mateo 11:29, Jesús dice: “Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón”. Esta es una lección importante para todos nosotros. Necesitamos aprender de ese carácter manso que emana del corazón amoroso de Cristo. Cuanto más tiempo pasemos con él en secreto, más útiles le seremos en público.
Entonces llegó el momento en que Jesús envió a estos doce discípulos a predicar. Recibieron instrucciones específicas acerca de su comportamiento, el mensaje que debían dar y a dónde debían ir, y el Señor les dio su autoridad para cumplir su misión. No se nos dice cuántos días pasaron yendo de aldea en aldea, pero cuando su misión terminó, ellos volvieron a Jesús. ¡Qué buena práctica! ¿Tenemos este mismo hábito? Los discípulos debían estar entusiasmados, porque habían tenido una experiencia inolvidable: habían expulsado a los demonios y sanado a los enfermos. Esto es lo que Jesús había hecho anteriormente, ¡y ahora ellos habían sido capaces de hacer lo mismo! Sin embargo, habían olvidado que el Señor es quien les había dado la autoridad para hacer tales cosas. Jesús no los reprendió, sino que los invitó amablemente a apartarse a un lugar desierto y descansar un poco.
Después de mucha actividad, sirviendo aquí y allá, nosotros también necesitamos estar a solas con el Señor en tranquilidad, permitiendo que él refresque nuestros corazones y nos libere del enfoque en nosotros mismos. Necesitamos que el Señor vuelva a llenar nuestros corazones y nos dé descanso.