La felicidad es uno de los valores más buscados. Los ejercicios espirituales orientales prometen serenidad, paz y armonía. Algunos consejeros recomiendan trabajar en uno mismo, en el desarrollo personal… Estos procedimientos se apoyan en el mismo fundamento: la confianza en el hombre y en sus capacidades, lo cual es muy decepcionante.
La fe cristiana se basa en la Biblia, que no es un libro de «recetas para la felicidad», sino la buena noticia del amor de Dios. Este amor, demostrado mediante la obra de Jesús, da una paz y un gozo que no dependen de las circunstancias externas.
La verdadera felicidad está unida a la reconciliación del hombre con su Creador: “Vuelve ahora en amistad con él, y tendrás paz; y por ello te vendrá bien” (Job 22:21). Desde que el pecado entró en el hombre (Romanos 5:12), este se ha visto privado del estado de bienestar y paz que solo se halla en Dios. Jesús, el Hijo de Dios, vino a salvarnos de la muerte eterna, es decir, de la ausencia de relación con Dios. Para darnos la vida, la paz y la verdadera felicidad, Jesús tuvo que ser abandonado por Dios en la cruz y sufrir en nuestro lugar el castigo que nosotros merecíamos. Con base en esta obra, Dios nos ofrece liberarnos del poder de las tinieblas y trasladarnos “al reino de su amado Hijo” (Colosenses 1:13). La verdadera felicidad está en Jesús, ahora, para todos los que eligen la vida con él.
“Jesucristo, a quien amáis sin haberle visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso” (1 Pedro 1:8).
Ezequiel 44 – 2 Pedro 2 – Salmo 46:8-11 – Proverbios 14:7-8