En el juicio y crucifixión de Jesús, seis personas testificaron que él era inocente:
– Judas: “Yo he pecado entregando sangre inocente” (Mateo 27:4).
– Pilato: “Ningún delito digno de muerte he hallado en él” (Lucas 23:22).
– La mujer de Pilato mandó decir a su marido: “No tengas nada que ver con ese justo” (Mateo 27:19).
– Herodes no encontró “delito alguno” en él y, por lo tanto, afirmó que “nada digno de muerte” había hecho Jesús (Lucas 23:14-15).
– El ladrón crucificado junto a Jesús dijo: “Este ningún mal hizo” (Lucas 23:41).
– El centurión junto a la cruz “dio gloria a Dios, diciendo: Verdaderamente este hombre era justo” (Lucas 23:47).
Así, aunque era inocente, Jesús fue crucificado. ¿Por qué? Los hombres lo rechazaron porque sus hechos, sus palabras y su persona les molestaban. No lo querían en medio de ellos porque su presencia les revelaba el estado de sus corazones. Jesús les hablaba de Dios, de la gracia y de la verdad, pero “los hombres amaron más las tinieblas que la luz” (Juan 3:19).
Los hombres son, pues, responsables de haber condenado al Señor Jesús. Sin embargo, hay otra razón que condujo a Jesús a morir en la cruz. Como único hombre inocente, se ofreció a Dios para sufrir el castigo que nosotros merecíamos por nuestros pecados. Por su sacrificio, nosotros somos hechos justos ante Dios, y Dios puede perdonarnos (1 Pedro 3:18).
Ezequiel 40:24-49 – 1 Pedro 3 – Salmo 45:6-9 – Proverbios 13:24-25