El visitante estaba muy asustado cuando entró en la sala donde le esperaba todo un grupo de presos. Quería hablar con ellos sobre el Evangelio, la buena noticia anunciada en la Biblia, y muchos habían aceptado asistir, ya fuera por interés, o para olvidar sus problemas cotidianos durante una o dos horas…

Estaba tan nervioso que, al acercarse a su silla, tropezó y cayó, provocando las risas del público. Avergonzado, quería marcharse…

Sin embargo, se quedó y dijo: «Lo que acaba de suceder ante ustedes es una ilustración perfecta de lo que quería hablarles hoy. Podemos caer y perder la estima de todos… luego volver a levantarnos y seguir adelante. ¡No es demasiado tarde! Jesucristo vino a salvar a los perdidos». Basándose en esto le fue fácil explicar al público, ahora serio, que nadie podía haber caído tan bajo como para estar fuera del alcance del amor de Dios. Cuando la justicia humana nos condena, Dios, el Juez supremo, también conoce exactamente nuestra situación, pero tiene un recurso único para perdonar nuestros pecados, sin dejar de ser justo. Lo hace porque Jesucristo fue condenado en nuestro lugar. El que acepta a Jesús como su Salvador es totalmente justificado ante Dios. Las ofensas hechas a Dios, mucho más graves que las hechas a los hombres, le son perdonadas. Sea cual sea su situación y su futuro en la tierra, puede renacer, levantarse y empezar de nuevo, con la confianza de que Dios mismo está con usted. ¿No le interesa?