En cierta ocasión una señora me dijo: «Hago suficientes cosas ocupándome de los demás para que Dios reconozca mi mérito». Y añadió: «¡Incluso toco las campanas!», actividad hecha para llamar a la gente a un servicio religioso.
Cuando abrimos la Biblia, la Palabra de Dios, ¿qué mensaje hallamos? Ella nos habla de Jesucristo, el único medio de salvación: no son nuestras obras las que nos permiten ser salvos. Dios ofrece la salvación gratuitamente a los que creen en el Señor Jesús. Las “buenas obras” vienen después, son el fruto de nuestra gratitud, la cual despierta el deseo de servir a Dios: “Yo te mostraré mi fe por mis obras” (Santiago 2:18).
¿Por qué nuestras obras no son suficientes para abrir las puertas del cielo? Porque todo lo que hacemos, incluso con las mejores intenciones, está manchado por el pecado. Este entró en el hombre cuando el primero de ellos, Adán, desobedeció a Dios. Desde entonces el pecado contamina nuestras acciones, nuestras palabras, nuestros pensamientos… Para que pudiéramos tener acceso a Dios, el pecado debía ser juzgado y borrado. Por eso Dios envió a su Hijo al mundo, para que cargara con nuestros pecados en la cruz y muriera en nuestro lugar. “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús” (Romanos 8:1).
¡Crea en el Señor Jesús y será salvo! Tocar las campanas no salva a nadie.
Ezequiel 35:1-36:12 – 2 Tesalonicenses 2 – Salmo 42:7-11 – Proverbios 13:12-13