Un autor cristiano anotó acertadamente que la epístola a los Hebreos es la presentación de las glorias de Cristo, y al mismo tiempo del interés que cada creyente tiene en cada una de esas glorias.
Desde las primeras palabras de la epístola, Jesús nos es presentado como el que hizo el universo y lo sostiene (cap. 1:1-3). Es su gloria de Creador, y nosotros somos las criaturas que él mantiene con vida.
En la misma frase, porque se trata de la misma persona, él es designado como aquel que efectuó “la purificación de nuestros pecados”, y nosotros somos los pecadores que necesitamos esa purificación.
Cristo es introducido además como aquel por medio de quien Dios nos habló, dicho de otro modo, su portavoz, y es a nosotros a quienes se dirige ese lenguaje del cielo.
Pero él no solo es la Palabra de Dios dirigida a los seres humanos, sino también el gran Apóstol, como el primer versículo del capítulo 3 nos invita a considerarlo. Él es, al mismo tiempo, su Sumo Sacerdote, nuestro intercesor ante Dios. Tenemos un representante en el cielo, alguien que habiendo sido hombre en la tierra comprende mejor que nadie nuestras esclavitudes, problemas, fatigas, luchas.
¡Cuánto bien trae al creyente esa gloriosa función de su Señor junto a Dios en el cielo!
Ezequiel 29 – Gálatas 6 – Salmo 39:7-13 – Proverbios 13:1