El creyente tiene un recurso extraordinario que puede utilizar en cualquier momento y circunstancia: la oración. Orar es simplemente hablar con Dios. Es importante orar con fe y con la confianza de que Dios puede y quiere responder a nuestras oraciones. Reconozcamos que a menudo hacemos peticiones dudando, quizá inconscientemente, de la respuesta de Dios.
En el tiempo de los apóstoles, Pedro fue prisionero del cruel rey Herodes, y quizá pensaba que sería decapitado como Juan el Bautista. Entonces los cristianos se reunieron y oraron por él (Hechos 12). Dios respondió a sus oraciones: Pedro fue liberado milagrosamente por un ángel, aunque estaba encadenado y era custodiado por varios soldados que vigilaban la puerta de hierro. Luego fue a la casa donde sabía que los cristianos se reunían. Llamó a la puerta, y una muchacha se acercó para ver de quién se trataba. Cuando reconoció la voz de Pedro, llena de gozo, no abrió la puerta, sino que corrió a dar las buenas noticias a los creyentes reunidos. ¿Qué le respondieron ellos? “Estás loca” (Hechos 12:15). Cuando al fin abrieron la puerta y vieron a Pedro, reconocieron la grandeza y el poder de Dios. ¡Habían hecho bien en reunirse para orar a Dios, pero les faltaba fe en él! A menudo nos parecemos a estos creyentes de los primeros tiempos de la Iglesia. Esta historia nos anima a orar siempre con fe, sin dudar.
2 Crónicas 24 – 1 Corintios 14:20-40 – Salmo 104:14-18 – Proverbios 22:28