Los astronautas son seleccionados con un cuidado especial: deben pasar innumerables exámenes y efectuar un entrenamiento extremo. Cuando están en el espacio, a menudo tienen que enfrentarse a situaciones críticas. Pero el extraordinario espectáculo que pueden contemplar recompensa todos sus esfuerzos.
El astronauta americano James Irwin (1930-1991) escribió sus impresiones en un libro, después de su misión en la luna en el año 1971 con el Apolo 15. En el prefacio escribió: “Este vuelo, en el que vi la tierra flotar en las profundidades negras del universo como una hermosa y frágil decoración de navidad, dio un giro decisivo a mi vida”.
Luego dice claramente que su libro no es la autobiografía de un héroe, ni el elogio de la aventura y del triunfo de la tecnología. No, explica el astronauta, es la historia de una vida. En él describe las decepciones, las crisis, las tristezas… Es sobre todo un documento concerniente a la relación entre Dios y el hombre, en este caso James Irwin. Es la historia de un hombre que recibió mucho de parte de Dios, dones y bendiciones especiales. Pero también sabe reconocer la paciencia con la que Dios lo atrajo hacia él cuando pasó por momentos difíciles en su vida.
En este libro Irwin expresa el deseo de que sus lectores estén atentos a la dirección que Dios quiere dar a sus vidas, y al amor que tiene por cada uno de ellos.
Pocas personas han viajado al espacio, pero todo hombre puede ir a Dios por medio de Jesucristo.
Lamentaciones 4 – Filipenses 3 – Salmo 107:33-43 – Proverbios 24:8-9