Desde hace dos años soy profesora de ciencias naturales en un instituto. Al comienzo del año académico cada alumno debe llenar una ficha de presentación que contiene, entre otras, la siguiente pregunta: “¿Qué le gusta?”. Esto me permite conocer un poco a los alumnos y saber qué les interesa. A veces las respuestas me parecen divertidas: me gusta el deporte, la televisión, ir de compras, la música, la vida, los automóviles… Este año hay una respuesta que me preocupa: ¡no me gustan las ciencias! Pero de repente otra respuesta me llega al corazón: “Me gusta Dios”.
¡Qué felicidad leer este testimonio! Me emociona esta respuesta valiente de una alumna; esto me alegra mucho el resto del día. Entre estos adolescentes, quizás algunos creen en Dios, pero esta joven va más allá, es decir, ¡cree en Dios, lo ama y da testimonio de ello!
Entonces me surge una pregunta: ¿Y yo? ¿Puedo escribir que amo a Dios?
Desde mi infancia mi madre me enseñó la fe en Jesucristo, y la acompañé a reuniones cristianas. Cuando era muy joven creí en el Señor Jesús; le entregué mi vida. Pude amarlo desde que era pequeña. Sabía que era salva, que pertenecía al Señor.
Los años han pasado, he tenido altibajos, pero en el fondo de mi corazón formo parte de los que aman a Dios. Cada día pongo mi vida en sus manos. “Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero” (1 Juan 4:19).
Jeremías 40 – 1 Corintios 14:20-40 – Salmo 104:14-18 – Proverbios 22:28