Un día Jesús lavó los pies de sus discípulos. Para Pedro era absolutamente incomprensible ver a su Maestro cumplir una tarea que normalmente solo hacían los siervos. Por ello se negó rotundamente a dejarse lavar los pies. Entonces el Señor pronunció estas palabras que deberían haber acabado con los razonamientos de Pedro: “Lo que yo hago, tú no lo comprendes ahora; mas lo entenderás después”.
Los pies nos hablan del andar en un mundo donde todo está contaminado. Pues bien, el Señor se ocupa de nosotros y lava nuestros pies; es decir, quita con gran cuidado, con un cuidado continuo, la suciedad que se adhiere a nuestros pies a fin de que nuestra comunión con él no sea interrumpida. ¿Y cómo lo hace? Él puede utilizar su Palabra, su Espíritu, o una prueba si no hay otro medio.
Entre las cosas que el Señor ha hecho en nuestra vida, hay muchas que no comprendemos. Preferimos verlo actuar claramente, con poder, pero cuando la tempestad se levanta y parece que Jesús no quiere detenerla, ¿sabemos dominar la duda, la incertidumbre? ¿Podemos afirmar nuestra confianza absoluta en Dios, nuestra entrega incondicional a él, cuando ya no entendemos nada?
Corremos el peligro de hacer como Pedro: seguimos debatiéndonos en nuestras reflexiones, en nuestras incomprensiones. Y en vez de someternos, nos oponemos a la voluntad de Dios.
¿Es necesario saber todo para confiar en el Señor? No, solo descansemos con fe en él. Él nos ama, y sabemos que “a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien” (Romanos 8:28).
Lamentaciones 3 – Filipenses 2 – Salmo 107:23-32 – Proverbios 24:7