“A medida que pasaban los meses me di cuenta de que me preocupaba demasiado por mi familia queriendo encontrar siempre las soluciones, y que de este modo me cargaba con los pequeños y grandes problemas de cada uno. También quería que todos hallasen la salvación en Jesús, ¡costase lo que costase! Pero Dios me interpeló: ¡Ten cuidado, quieres tomar mi lugar al sentirte responsable del futuro de cada uno de los tuyos! Así no conseguirás nada. Deja todo en mis manos, incluida tu familia. ¡Vuelve siempre a mí y pídeme consejo!
Antes trataba de probar, de demostrar. Luchaba con todas mis fuerzas para llevar a la gente a la salvación. Pero el Evangelio no es un conjunto de reglas como el código de tránsito, ni el resultado de demostraciones humanas. Es la buena nueva del don de Dios. No se puede comparar con las religiones que mandan hacer buenas obras pero no conocen la compasión, el amor, la ternura, la piedad ni la justicia.
Acercándonos a Dios recibimos de él la fuerza y las palabras que tocarán el corazón de los demás. Solo por la fe en Jesús podemos acercarnos a Dios y entrar en su reino. Con esta confianza en la gracia y en el poder de Dios, oro para que cada miembro de mi familia conozca la salvación en Jesús.
Una de mis hermanas, que era depresiva, estaba muy angustiada. Le hablé de Jesús, creyó en él y halló la paz. Ahora podemos orar juntas y somos felices”.
Jeremías 52:17-34 – 2 Corintios 12 – Salmo 107:1-9 – Proverbios 24:1-2