Las estadísticas revelan que el abismo entre los más ricos y los más pobres ha crecido estos últimos diez años, tanto en los países cristianizados como en los otros.
La Biblia reconoce que siempre habrá pobres en la sociedad (Deuteronomio 15:11). Jesús lo confirma (Juan 12:8) y nos exhorta enérgicamente a ser generosos (Mateo 5:42).
Pero existe otra pobreza que Jesús nos presenta como una virtud que debemos cultivar: la pobreza en espíritu. Esta consiste en ser conscientes de que no conocemos todo y permanecer humildes como un hijo al que Dios revela sus secretos (Lucas 10:21). Podemos acumular conocimientos bíblicos, históricos, lingüísticos, científicos, así como amontonamos bienes materiales. Pero esto no ayuda a comprender la Biblia, pues no podemos acercarnos a Dios solo mediante la inteligencia.
Para nosotros los cristianos, el simple conocimiento de la santa Escritura sin el amor divino no sirve de nada. Pues este amor divino no busca su propio interés, no se envanece y echa fuera el orgullo (1 Corintios 13:4). Los fariseos, aunque eran conocedores del Antiguo Testamento, rechazaron al Señor Jesús, la Palabra viva. Solo tenían un conocimiento intelectual de estos textos. ¡Confundían el conocimiento y la fe! Pero la fe no debe descansar “en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios” (1 Corintios 2:5). La fe viene por escuchar y obedecer la Palabra de Dios (Romanos 10:17), y conduce a confiar en él.
Jeremías 42 – 1 Corintios 15:29-58 – Salmo 104:27-35 – Proverbios 23:1-3