El Señor está cerca: Jueves 25 Enero
Jueves
25
Enero
Cristo Jesús… se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte.
Filipenses 2:5, 7-8
La sumisión del Hombre perfecto

Consideremos con reverencia la humildad del Hijo de Dios en su humillación y la perfección de su obediencia a Dios cuando estuvo aquí como Hombre entre los hombres. Al descender a esta tierra, él se despojó de todo lo que poseía por derecho propio. Es imposible leer los Evangelios sin percibir, en cada momento, la bella fragancia de su obediencia en amor y su abnegación. La maldad de los hombres que lo rodeaban solo le daba fuerzas y bendecía su humillación, y así prosiguió sin vacilar en esta senda. Él era el “Yo soy” que estaba en esta tierra en la perfección del Hombre obediente.

Todo lo puro y hermoso que se puede ver en la naturaleza humana se halló en Jesús. Todo en su Persona estaba en perfecta sumisión a Dios; al hacer su servicio, cada parte de su carácter ocupaba su debido lugar. Cuando correspondía la mansedumbre, él fue manso; cuando la indignación, ¡nadie podía confrontarla! Fue clemente, misericordioso y paciente con el principal de los pecadores (1 Ti. 1:13-16), pero no se dejó conmover por la fría arrogancia de un fariseo (Lc. 7:36-50). En la cruz, él mostró su ternura para con su madre, pues la confió al cuidado de Juan (Jn. 19:27), el discípulo que se había recostado sobre su pecho; sin embargo, Jesús no tuvo en cuenta lo que ella le decía o pedía cuando estaba ocupado en su servicio a Dios (Mt. 12:46-50).

¡Qué calma y poder moral desconcertaron a sus oponentes e incluso los consternaron a veces! ¡Qué dulzura atrajo a los corazones de todos aquellos que no se endurecieron por una oposición voluntaria! ¡Qué perspicacia para separar el mal del bien!

En simples palabras, la humanidad de Cristo fue perfecta: vivió en sumisión a Dios, respondiendo completa e inmediatamente a su voluntad. ¡Alabado sea su Nombre!

J. N. Darby