Debido a que el Señor Jesús trajo un mensaje que es diferente a la ley de Moisés, hay quienes piensan que él vino para anular la ley. Pero esto no es así. De hecho, la ley tenía un mensaje que era esencial que los hombres aprendieran. Romanos 3:19-20 lo deja muy en claro: “Pero sabemos que todo lo que la ley dice, lo dice a los que están bajo la ley, para que toda boca se cierre y todo el mundo quede bajo el juicio de Dios; ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él; porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado.” Solo Israel estuvo realmente bajo la ley; sin embargo, el mensaje de la ley era tal, que exponía la culpabilidad de toda la humanidad, tanto de gentiles como judíos. El Señor no dejó esto de lado. La ley se convirtió en nuestro “ayo” o tutor para llevarnos a Dios (Gá. 3:24).
Vino para cumplir la ley. Esto no significa que vino a guardar la ley, sino a cumplir las exigencias que la ley tenía en contra la humanidad. La ley exigía el castigo y la muerte para todos los que no la cumplían. Por lo tanto, si el Señor Jesús iba a cumplir la ley, él mismo debía sufrir y morir para llevar a cabo esta gran obra de recibir el castigo que la ley exigía.
Y lo hizo en perfección. No solo murió en la cruz, sino que “padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios” (1 P. 3:18). Esto nada tiene que ver con lo que sufrió de parte de sus crueles enemigos, no fue el sufrimiento que le infligieron sus crueles enemigos. Este padecimiento hace referencia a las tres horas de intensas tinieblas, cuando sufrió la insoportable agonía del juicio de Dios.
Cristo cumplió perfectamente la ley y satisfizo todas sus exigencias en favor de la multitud de pecadores redimidos, quienes lo alabarán durante la eternidad. Después de terminar esa gran obra, él resucitó y fue exaltado por encima de todos los cielos.