Cierto día, paseando por Lausana (Suiza), el predicador Félix Neff confundió a un hombre con uno de sus amigos. Fue corriendo hacia él, le puso la mano suavemente en el hombro y le dijo:
–Querido amigo, ¿cómo está tu alma?
El desconocido se dio la vuelta, y Neff descubrió su error. En seguida se disculpó y continuó su camino.
Unos tres años después, un caballero se acercó a él, lo saludó y le dijo que le debía mucho.
–Nos encontramos un día en Lausana. Me confundió con uno de sus amigos, me tocó el hombro y me dijo: Querido amigo, ¿cómo está tu alma? Su pregunta me hizo reflexionar mucho. Reconocí mi pecado, me volví a Dios y él me perdonó. ¡Ahora puedo decirle que mi alma está bien!
Cristianos, esta historia debería animarnos a interesarnos por el alma de todas las personas que conocemos. Con demasiada frecuencia nos limitamos a hablar de la salud del cuerpo, intercambiando palabras que solo se refieren a nuestra vida terrenal. Sin embargo, los que “tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Romanos 5:1) sabemos que esta paz del alma es irreemplazable. No temamos hablar de este tema con nuestros colegas y vecinos. Quizá más de una persona está atormentada y no se atreve a hablar de ello. Entonces, ¡abordemos el tema y mostrémosles el camino de la salvación por medio de la fe en Jesús!
Oseas 11-12 – Filipenses 2 – Salmo 107:23-32 – Proverbios 24:7