En 1971 Gavin Bryars, músico inglés, filmó, en compañía de un amigo, a personas indigentes en Londres. Esa noche un anciano cantó incansablemente: «La sangre de Jesús nunca me ha desamparado», y terminó con estas palabras: «¡Él me ama tanto!».
Una mañana Bryars puso esta grabación una y otra vez y se sorprendió por el impacto que dicha canción tuvo en las personas presentes en la sala. Entonces decidió realzar la voz con un acompañamiento orquestal que, según él, «respetara la nobleza y la fe sencilla del mendigo». El resultado fue una obra musical famosa.
Jamás volvimos a ver al anciano… Sus antiguos compañeros recuerdan que nunca bebía. En medio de la miseria, y tal vez de la enfermedad, el testimonio de este desconocido fue escuchado por muchos transeúntes, e incluso por todo el mundo a través de la difusión de esa canción. Seguramente la vida de este hombre fue muy difícil. Sin embargo, cantó su fe una y otra vez, no como un cantante talentoso, sino con una convicción esperanzadora. ¡Cantó el amor de Jesús y el valor redentor de su muerte!
¿Quién puede cantar así? Los que han sido justificados por la fe en Jesucristo. Esta justicia de Dios es ofrecida a todos los hombres, independientemente de su posición social, pero solo es concedida a los que la aceptan (Romanos 3:22). Para que pudiéramos obtenerla, se pagó un precio muy alto: ¡la sangre de Jesucristo, por la cual fuimos redimidos! (1 Pedro 1:18-19).
Y usted ¿también puede cantar: Él me ama tanto?
2 Crónicas 34 – 2 Corintios 8 – Salmo 106:19-23 – Proverbios 23:22