En 1948 Albert Einstein escribió: «El único verdadero problema de todos los tiempos se halla en el corazón y en los pensamientos de los hombres. No es un problema físico, sino un problema moral. Es más fácil cambiar la naturaleza del plutonio que la mente malévola en los hombres. No es el poder explosivo de una bomba atómica lo que nos asusta, sino el poder de la maldad en el corazón humano, su poder explosivo para el mal».
Einstein no fue el primero en llegar a esta conclusión. Pero debemos ir más lejos y comprender la intervención de Dios en el mundo.
Justo antes del diluvio, “vio el Señor que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal” (Génesis 6:5). Alrededor del año 700 a. C., el profeta Isaías hizo el mismo diagnóstico pesimista que el erudito: “Toda cabeza está enferma, y todo corazón doliente. Desde la planta del pie hasta la cabeza no hay en él cosa sana” (Isaías 1:5-6). La cabeza es la sede de nuestros pensamientos y de nuestra voluntad. El corazón incluye nuestros sentimientos y afectos. El pie se refiere al andar, es decir, a la conducta.
¿Debemos desesperarnos? No, porque el Evangelio ofrece una respuesta extraordinaria a esta declaración, revelando lo que llena el corazón de Dios, y que con gusto podemos llamar «la fuerza explosiva» de su amor eterno.
2 Crónicas 29 – 2 Corintios 2 – Salmo 105:16-22 – Proverbios 23:9-11