Un joven empleado había cometido una falta grave. Fue llamado a la oficina de su jefe y pensó que sería despedido inmediatamente, y quizá denunciado ante la justicia. El jefe le preguntó si reconocía su error. El joven lo admitió, mostrando un arrepentimiento sincero.
–En estas condiciones, continuó el jefe, no lo llevaré ante la justicia, y yo mismo repararé el daño que ha causado.
El empleado se quedó atónito y sin palabras. Cuando estaba a punto de irse, el jefe le dijo:
–Es la segunda persona de esta empresa que ha cometido una falta grave y ha sido perdonada. Debo decirle que yo fui el primero. Si lo perdono es porque yo también sé por experiencia lo que es el perdón. No se sorprenda por esto, pues solo soy un discípulo de Cristo… ¡Él me ha perdonado!
Así es como un cristiano puede poner en práctica las enseñanzas del Señor Jesús. No se trata de confiar en todo el mundo, sino de perdonar a la persona que reconoce sus errores. Cuando somos verdaderamente conscientes de que nuestra gran deuda fue pagada sobre la base de los sufrimientos y la muerte del Señor Jesús, cuando recordamos nuestra condición en el momento en que Dios nos encontró, nos sentimos felices de perdonar a nuestro prójimo. ¡Así él podrá sentirse liberado y disfrutar de la paz que trae la reconciliación!
“Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia… soportándoos unos a otros… De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros” (Colosenses 3:12-13).
2 Crónicas 27 – 1 Corintios 16 – Salmo 105:1-6 – Proverbios 23:4-5