A muchas personas les cuesta aceptar la afirmación bíblica: “No hay diferencia, por cuanto todos pecaron” (Romanos 3:23). Sin embargo, la envidia, la ira, la mentira, y a veces la violencia… ¿están ausentes de nuestros pensamientos y de nuestras acciones? Podemos buscarles excusas, pero lo cierto es que están ahí.
Dios afirma que todos los seres humanos son pecadores, sin excepción, y merecen la condena divina. ¡Dios es santo, por lo tanto no puede soportar el mal!
Pero para Dios este problema tiene una solución. Jesucristo, el Hijo de Dios, vino a expiar el pecado de los que se arrepienten de su maldad y lo aceptan como su Salvador. Su declaración: “No he venido a llamar a justos, sino a pecadores”, se encuentra en tres evangelios (Mateo 9:13; Marcos 2:17; Lucas 5:32). Solo para los pecadores hay un Salvador.
De manera que si alguien cree que no tiene nada que reprocharse ante Dios, está rechazando la salvación que Dios le ofrece. Si piensa que no necesita el perdón, tampoco necesita un Salvador. Pero, cuidado, la Biblia también dice: “¿Cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande?” (Hebreos 2:3).
El Dios que nos creó también nos ama y “quiere que todos los hombres sean salvos” (1 Timoteo 2:4). ¿Desea esta salvación? Si la rechaza, ¿qué puede esperar?
“El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios” (Juan 3:18).
2 Crónicas 23 – 1 Corintios 14:1-19 – Salmo 104:5-13 – Proverbios 22:26-27