El domingo de su resurrección, Jesús se apareció a sus discípulos en el lugar donde ellos estaban reunidos, con las puertas cerradas. Tomás no estaba, y cuando sus amigos le contaron que habían visto a Jesús, no creyó. Dijo que tenía que ver para poder creer. El siguiente domingo Jesús volvió a aparecérseles; esta vez Tomás estaba presente. Jesús le dijo: “Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente” (Juan 20:27).
¿Ha notado cuán precisa fue la respuesta de Jesús? Respondió, punto por punto, a cada una de las dudas de Tomás: ver sus manos, meter su dedo en la marca de los clavos y su mano en su costado. Jesús actuó como si hubiese escuchado todo, cuando Tomás se negó a creer porque no lo había visto. En realidad, aunque no estaba físicamente presente, estaba ahí como el Dios omnipresente que oye y sabe todo. La manera de actuar de Jesús convenció totalmente a Tomás, quien exclamó: “¡Señor mío, y Dios mío!” (Juan 20:28).
Hoy Jesús no está físicamente en la tierra, pero sabe todo lo que pensamos. ¿Hay cosas que nos turban o que nos cuesta creer? ¡Preguntémosle! Contémosle, de forma sencilla y mediante la oración, aquello que nos parece imposible creer. Jesús nos conoce muy bien, es paciente, y nos responderá de forma precisa y personal por medio de la Biblia, y de diferentes maneras. Si escuchamos con cuidado su respuesta, ¡quedaremos convencidos!
Números 6 – 1 Timoteo 6 – Salmo 74:12-23 – Proverbios 18:1