Aunque su madre era cristiana, Mary no se interesaba en las cosas de Dios. Una tarde pasó frente a una sala donde se anunciaba el Evangelio, y Sheila, una cristiana, la invitó a entrar.
Mary respondió:
– Otro día, ahora no tengo Biblia.
Sheila le ofreció la suya. Mary se dejó convencer y entró. El mensaje le llegó directo al corazón. Se echó a llorar, confesó sus pecados a Jesús y halló la paz por medio de la fe en él. Antes de irse, Mary quiso devolver la Biblia a su dueña, pero Sheila escribió una dedicatoria para Mary en su Biblia y se la regaló.
Esa misma noche Mary escribió a su madre para anunciarle su conversión. Al día siguiente, en la mañana, la joven sufrió un grave accidente y fue llevada al hospital; allí preguntó al cirujano:
– Doctor, ¿voy a recuperarme?
– No, no es posible, respondió con franqueza el médico.
Consciente de la gravedad de su estado, y mientras la vida se le iba, tuvo fuerzas para levantar las manos en actitud de alabanza y exclamar: “Gracias, Dios mío, porque esto no ocurrió ayer”.
Ayer Mary vivía sin Dios y estaba perdida. Hoy partió serenamente hacia su Salvador.
Sheila visitaba frecuentemente ese hospital. Ese día le dijeron que al lado de una cama habían encontrado una Biblia con su nombre. Luego reconoció con emoción la Biblia que ella había ofrecido a Mary la víspera.
Querido lector, Dios le habla hoy. Lo está buscando. ¡No deje para mañana su decisión!
Levítico 22 – Efesios 1 – Salmo 69:29-36 – Proverbios 17:5-6