«Crecí en una familia atea militante donde me enseñaron que la fe religiosa no solo era inútil, sino mala. Como mi padre, quien era físico-químico, rechacé toda forma de espiritualidad. Estudié bioquímica. Hoy soy cristiano y siento profundamente la gracia de Dios. Me asombro continuamente ante el poder redentor del Señor…
¿Cuál fue mi recorrido desde mi juventud obstinadamente atea hasta mi fe cristiana de hoy? La respuesta es simple: Dios me llamó de forma insistente y clara, aunque necesité años para llegar a escucharlo. Recuerdo un primer llamado contundente cuando era joven y vi la película “El Evangelio según San Mateo”. Luego leí los evangelios y empecé a ir a una iglesia. Todo esto era interesante desde el punto de vista intelectual, pero no tenía que ver con la fe. Yo era un espectador con una buena actitud, pero todavía estaba fuera mirando hacia dentro. Finalmente recibí el don de la gracia de Dios directamente de Cristo, de una manera indiscutible».
“Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos. Un día emite palabra a otro día, y una noche a otra noche declara sabiduría. No hay lenguaje, ni palabras, ni es oída su voz. Por toda la tierra salió su voz, y hasta el extremo del mundo sus palabras” (Salmo 19:1-4).
1 Crónicas 27 – Lucas 21:1-24 – Salmo 94:8-15 – Proverbios 21:13-14