–Querido Andrés, el Señor Jesús te ama con un amor eterno. Lo primero que hizo para atraerte a él fue morir por ti. En la cruz tomó tu lugar para que tus pecados pudieran ser borrados. ¿Has pedido a Jesús que se convierta en tu Salvador?
Su respuesta, años después:
–Una tarde, mientras hablaba con un amigo cristiano, reconocí que había un muro entre Dios y yo. Entonces oré: «Señor, revélate a mí, y creeré». No pasó nada. Desanimado, cambié mi oración: «Señor, ¿qué me impide conocerte?».
Dios me mostró lo que me separaba de él: el horror de mi vida, mis mentiras, mis engaños, mis infidelidades, mi violencia, mi arrogancia, mis adicciones, toda mi dureza. Pensé en las personas a las que había lastimado. Mis pecados parecían una montaña insuperable. Estaba horrorizado y lloraba. «Señor, ¿tengo alguna esperanza con todos estos pecados en mí?».
En ese momento Dios me respondió directamente con la Escritura: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”. Si reconoces tus pecados, Andrés, yo soy fiel y justo para perdonarte, para limpiarte de todo mal (ver 1 Juan 1:9). Empecé a confesarle mis pecados a medida que venían a mi memoria. Esto duró más de dos horas. Entonces me sentí libre, realmente libre. La montaña y la naturaleza parecían más bellas. Fue hermoso. «Señor, gracias. Me gustaría decirle a todo el mundo lo que has hecho por mí».
Malaquías 1 – Apocalipsis 21:1-14 – Salmo 148:9-14 – Proverbios 31:8-9