En el relato del nacimiento de Jesús escrito por Mateo, nos sorprenden cinco menciones de una misma expresión:
“Al ver la estrella, se regocijaron con muy grande gozo. Y al entrar en la casa, vieron al niño con su madre María” (Mateo 2:10-11).
“Levántate y toma al niño y a su madre, y huye a Egipto, y permanece allá hasta que yo te diga; porque acontecerá que Herodes buscará al niño para matarlo. Y él, despertando, tomó de noche al niño y a su madre, y se fue a Egipto” (2:13-14).
“Pero después de muerto Herodes, he aquí un ángel del Señor apareció en sueños a José en Egipto, diciendo: Levántate, toma al niño y a su madre, y vete a tierra de Israel, porque han muerto los que procuraban la muerte del niño. Entonces él se levantó, y tomó al niño y a su madre, y vino a tierra de Israel” (2:19-21).
¡Qué conmovedor es ver a Jesús, como un pequeño niño, totalmente dependiente de su madre y asociado a ella en cada etapa de los primeros meses de su vida! Nada podía tener lugar sin ella. Al leer estos versículos, aunque toda la atención se centra en el santo Hijo de Dios, María está presente en todo momento y cuida de él. El Señor Jesucristo nació de una mujer, y su dependencia de ella como recién nacido subraya su humildad: “Se despojó a sí mismo… hecho semejante a los hombres” (Filipenses 2:7).
Contemplamos el misterio de Cristo, quien siendo tan grande y glorioso, se hizo tan humilde y dependiente.
Zacarías 4-5 – Apocalipsis 14 – Salmo 145:8-13 – Proverbios 30:15-16