Como madre, pasé por un periodo difícil después del nacimiento de nuestro quinto hijo, porque él lloraba mucho por la noche. En unos meses me sentía al borde del colapso, y después de una noche más de prueba, desanimada, vacié mi corazón: «Señor, no puedo más, ¿por qué es tan difícil? Amo a mi bebé, pero la falta de sueño hace las cosas tan difíciles…».

En respuesta a mi oración, recordé las palabras de Jesús en el evangelio de Lucas en las que Jesús invitaba a sus discípulos a confiar en Dios para las cosas necesarias, como la comida y el vestido. Yo había crecido en una familia acomodada, y nunca había tenido la oportunidad de experimentar esto en la práctica. En ese momento comprendí que esto también se aplicaba a todas las necesidades de nuestro cuerpo, incluido el sueño. Dios me hablaba personalmente por medio estas palabras: Yo soy tu Padre, yo cuido de ti. Sé que necesitas dormir, confía en mí, no te preocupes más.

Dios tocó mi corazón. Me mostró que él cuidaba de mí durante esos meses difíciles, y que a menudo me había dado descanso en momentos inesperados. Reconocí que mi preocupación solo empeoraba las cosas, que debía entregársela a Dios y confiar plenamente en él. Él satisfaría mis necesidades, cuando y como él quisiera.

Nuestras noches no mejoraron rápidamente, pero yo estaba en paz, y la promesa de mi Padre celestial me sostuvo durante los siguientes meses.