En la vida hay tiempos de alegría y tiempos de sufrimiento. ¿Cómo podemos compartir las penas de nuestros seres queridos, la tristeza que les asalta? ¿Cómo acercarnos a ellos y hablarles? ¿Está usted en un hospital, o está abrumado por una gran decepción, por preocupaciones familiares o por un gran dolor? Ciertamente, la simpatía de nuestros amigos o familiares a menudo es un gran estímulo en situaciones difíciles. Pero solo Jesús, el Hijo de Dios, puede ayudarnos y curar nuestras penas y sufrimientos.
Sus contemporáneos lo reconocieron: “Él mismo tomó nuestras enfermedades, y llevó nuestras dolencias” (Mateo 8:17). Su labor diaria era sanar a los quebrantados de corazón, vendar sus heridas (Salmo 147:3). Su amor y su compasión fueron aún más lejos: con su sacrificio en la cruz Jesús destruyó de raíz la fuente del sufrimiento y de la muerte, porque nos liberó de las garras del pecado. Esta liberación está asegurada para todos los que se acercan con fe a Jesús, el Salvador. Hoy, sean cuales sean nuestras dificultades, él nos llama: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas” (Mateo 11:28-29).
El descanso y el consuelo que Jesús trae son: la paz del alma, porque nuestros pecados son perdonados, y la confianza, incluso en tiempos de prueba; su presencia compasiva, la certeza de que pronto estaremos con él en el cielo para siempre, porque nos salvó y le pertenecemos.
Zacarías 1 – Apocalipsis 12 – Salmo 144:9-15 – Proverbios 30:10