Una noche del año 1907 el barco a vapor «Netherland», estando en peligro, se acercó a la costa de Gales, donde naufragó. La tripulación pudo nadar hasta la orilla. Pero, aterrorizados, los marineros descubrieron que un alto acantilado los tenía prisioneros. ¿Cómo escapar de la marea creciente? Sin ayuda, su situación era desesperada. De repente vieron una cuerda que colgaba desde la parte superior. Unos tras otros subieron por la cuerda. Cuando llegaron a la cima, no encontraron a nadie. No había casas ni luces hasta donde alcanzaba la vista.
Por la mañana, el guardacostas explicó el misterio de la cuerda: un año antes la había utilizado para subir a los pasajeros de un barco que había encallado en la arena, y la había olvidado allí. Dios había utilizado este descuido para salvar a otros náufragos.
Esta cuerda de salvación colgando del acantilado nos recuerda que, desde hace tiempo, Dios preparó todo para salvar a los hombres. Todos van hacia la perdición debido a sus pecados. Pero Dios les tiende la mano para rescatarlos y ponerlos a salvo. Agarrar la mano de Dios, como la cuerda salvavidas, es creer en su gracia ofrecida a todos. Dios envió a su Hijo al mundo para que sufriera en nuestro lugar el castigo por nuestros pecados. Aceptar esta gracia, beneficiarse gratuitamente de ella por la fe, es recibir la salvación plena: la vida eterna.
“Cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo” (Tito 3:4-5).
Cantares 5-6 – Apocalipsis 8 – Salmo 142 – Proverbios 29:26-27