El libro de Jeremías fue escrito más de 600 años antes de Cristo. Dios llamó a este profeta para que hablara en su nombre al pueblo cuya capital era Jerusalén. Jeremías invitó a sus oyentes a arrepentirse y a volverse a Dios, pero nadie lo escuchó, y muchos incluso quisieron matarlo. Luego llegaron los juicios anunciados por Jeremías, y el pueblo se vio sumido en una gran angustia.
Siglos más tarde el mismo Jesucristo, nacido entre ese pueblo, diría palabras similares: “No queréis venir a mí para que tengáis vida” (Juan 5:40). Jesús, quien es Dios, se hizo hombre para traer la salvación a los que lo acepten. Lloró por el estado del mundo, por su esclavitud a Satanás. Jesucristo sanó y reconfortó incansablemente a los que acudieron a él. Pero su pueblo no lo recibió, la mayoría conspiró contra él para hacerlo morir en una cruz.
Hoy Dios aún nos advierte. Ofrece su gracia a todos los que aceptan y creen que Jesús sufrió el castigo que ellos merecían por sus pecados. Este es el único medio para escapar al juicio que caerá sobre los que no creen.
¿Acepta usted este mensaje, o lo rechaza, como lo hizo ese pueblo en el pasado? Despreciar la bondad de Dios, el don de su amado Hijo, es la mayor ofensa que se puede hacer al Dios que tanto nos ha amado.
“En tiempo aceptable te he oído, y en día de salvación te he socorrido. He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación” (2 Corintios 6:2).
Eclesiastés 12 – Apocalipsis 5 – Salmo 140:6-13 – Proverbios 29:21-22