A la entrada de un centro comercial, una valla publicitaria presenta las últimas novedades de la moda, con las palabras: «¿Qué hay de nuevo?». De regreso a la empresa, un empleado que ha estado fuera unos días pregunta: «¿Qué hay de nuevo en la oficina?». Al pasar junto a mi vecino, que acaba de comprar el periódico, le pregunto: «¿Qué hay de nuevo hoy?».
Vivimos con la expectativa constante de algo nuevo. Más que curiosidad, esta búsqueda refleja una profunda necesidad interior. Estamos naturalmente abiertos a todo lo que sucede, y miramos hacia el futuro. No somos autosuficientes. Hay un vacío en nosotros que no se puede llenar. Las distracciones o las amistades nos hacen olvidarlo durante un tiempo, pero no lo llenan.
Entonces, ¿quién puede responder? Solo Dios. Él es autosuficiente, y nosotros, sus criaturas, lo necesitamos. En el fondo, nuestra expectativa es Dios mismo. ¿Qué se interpone entre él y nosotros? El hecho de querer vivir sin él. Pero Dios vino a nosotros: “Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo” (2 Corintios 5:19). Si creemos en Jesucristo, nuestros pecados son perdonados, y una relación viva con Dios llena el vacío de nuestro corazón. Entonces, cada día nuestra expectativa estará en Dios, y podremos recibir todo de él, hasta el día en que en el cielo seamos llenos de su amor. Ya no esperaremos nada, ¡seremos colmados eternamente!
Eclesiastés 8 – Apocalipsis 2:18-3:6 – Salmo 139:13-18 – Proverbios 29:15-16