En los últimos años, varias tormentas o tornados han azotado una u otra región del mundo, ocasionando lluvias torrenciales, desprendimientos de tierra y enormes abismos. A veces nuestra vida también puede conocer las profundidades: sufrimiento, desánimo, pérdida de un ser querido…
La Biblia no evade el tema del sufrimiento. Incluso le dedica todo un libro, el de Job. En él hallamos advertencias para no caer en explicaciones fáciles, por ejemplo: «Sufres porque has pecado». También descubrimos que, en el abismo de la infelicidad, Job experimentó el aparente silencio de Dios. Y para el que sufre, este aparente silencio es terrible… pero nunca es abandono, tal es la convicción del creyente.
El Evangelio va más allá en esta revelación de Dios. Jesús vino del cielo y se acercó a los que sufrían. “Sufrió nuestros dolores” (Isaías 53:4). En la cruz sufrió hasta la muerte, tomando sobre sí todos nuestros pecados, para salvarnos del abismo que nos separaba del Dios de amor.
Para el cristiano, la cruz del Señor Jesús es la respuesta de Dios a las angustiosas preguntas de los humanos, la única respuesta que allana nuestros abismos.
“Pacientemente esperé al Señor, y se inclinó a mí, y oyó mi clamor. Y me hizo sacar del pozo de la desesperación, del lodo cenagoso; puso mis pies sobre peña, y enderezó mis pasos” (Salmo 40:1-2).
“Él ha redimido mi alma, para que no pasase al hoyo; y mi vida ve ya la luz” (Job 33:28, V. M.)
Miqueas 7 – Lucas 5:17-39 – Salmo 84:5-7 – Proverbios 19:17