Después de varios juicios, un día fui citado a la oficina del secretario del condado, un hombre malvado. Mi mujer me dijo:
– ¡Será un milagro de Dios si vuelves sano y salvo! El secretario me hizo esperar una hora en el pasillo y luego me mandó seguir. Oré una vez más: Señor, entra primero. ¡Tengo miedo de ir sin ti! El funcionario me dijo:
– Podría haberte enviado ya a la cárcel por lo que has hecho, pero quería verte primero. Fuiste a Cluj, y predicaste sin autorización.
Yo sabía a qué se refería. En efecto, había predicado a los estudiantes de la universidad de Cluj. Los había animado a permanecer fieles, a ser valientes, porque los habían amenazado con expulsarlos de la universidad si seguían creyendo en Dios.
Le respondí a mi interlocutor que era mi deber predicar la Palabra de Dios, por lo que empezó a amenazarme. Extrañamente, cuanto más me amenazaba, la paz de Dios me llenaba más. Estaba sentado y tranquilo, regocijándome por la oportunidad de recibir amenazas debido a mi fe en Jesucristo. De repente, mi interlocutor notó que no podía asustarme:
– ¿No tienes miedo?, preguntó. Después de haber animado a los estudiantes a ser valientes, ¿qué podía decir? Entonces añadió:
– ¿Tienes algo más que decir? Le respondí que Dios también lo amaba. De repente lo vi hacerse muy pequeño detrás de su escritorio, y me pidió que orara por su alma.
Miqueas 5-6 – Lucas 5:1-16 – Salmo 84:1-4 – Proverbios 19:15-16