A veces oímos hablar de tal o cual artista o deportista como el «ídolo de los jóvenes». Es cierto que nadie se arrodilla ante esos iconos del mundo moderno. Sin embargo, ellos mueven grandes multitudes que les dan una importancia considerable. Son portavoces de su generación, personajes representativos de valores o de una manera de vivir con la cual uno puede identificarse.
Pero lo que valoramos no siempre se refleja en una persona. Para unos será la riqueza, para otros una carrera profesional exitosa… Y si nos centramos demasiado en nosotros mismos, también podemos convertirnos en nuestro propio dios.
Pero Dios nos propone otra cosa. Él quiere ser el centro de nuestra vida, para evitarnos un vacío interior, o decepciones. Él quiere nuestra felicidad, pues es nuestro Creador. Jesús, el Hijo de Dios, se hizo hombre y vino a la tierra para revelarse a los seres humanos y vivir con ellos; se dio a conocer como el Dios de amor. Para tener una vida equilibrada y paz interior, necesitamos el perdón de nuestros pecados y Su presencia en nuestra vida.
Cristianos, quizá pensemos que los ídolos no son nuestro problema… Sin embargo, el apóstol Juan escribió a los creyentes: “Hijitos, guardaos de los ídolos” (1 Juan 5:21). Esto significa que incluso los hijos de Dios pueden cultivar, quizás inconscientemente, “ídolos” en su vida. Todo lo que tiene el primer lugar en nuestras vidas, el lugar que pertenece a Jesús, son ídolos.
“Oye, Israel; el Señor nuestro Dios, el Señor uno es. Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas” (Marcos 12:29-30).
1 Reyes 22:29-53 – Romanos 7 – Salmo 65:5-8 – Proverbios 16:11-12