Según las costumbres anglosajonas, algunos cristianos entraron en un bar, distribuyeron tratados y empezaron a cantar un himno. Esteban y dos de sus amigos reaccionaron violentamente y arrugaron los tratados antes de tirarlos. Al salir, Esteban tuvo una idea:
–¡Eh, chicos, vamos a hacer como si fuésemos religiosos! Daré un gran sermón sobre el hijo pródigo, y ustedes cantarán. Los tres amigos decidieron llevar a cabo su plan en un bar donde no eran conocidos. Necesitaban una Biblia, por ello Esteban le pidió una a su vecino quien, muy contento de ver su repentino interés por ese libro, le dijo que podía conservarla.
Encontrar la parábola del hijo pródigo no fue fácil, por ello Esteban recorrió todo un evangelio. Algunos pasajes le trajeron recuerdos, pero otros eran completamente nuevos para él. De repente se preguntó: ¿y si me hacen preguntas después del sermón?
La tarde señalada los amigos se encontraron en el bar. El ambiente era el mismo: olor a licor, risas fuertes… Desde su llegada empezaron a cantar: «Si supiera qué Salvador tengo…». Después de algunos instantes de sorpresa, les lanzaron todo tipo de artefactos. Dos hombres se les acercaron mostrando sus puños, pero un hombre fornido se levantó y empujó a los agresores.
–¡Déjenlos cantar!
Nadie se atrevía a contradecirlo. Sus manos de boxeador y su apariencia amenazante imponían el respeto. Esteban predicó y ese hombre lo escuchó atentamente. Los demás continuaron jugando a las cartas. Después del sermón los tres amigos salieron.
1 Reyes 11:1-22 – Marcos 12:1-27 – Salmo 57:6-11 – Proverbios 15:15-16