Hoy en día la ciencia de la alimentación equilibrada, la dietética, tiene un auge increíble. La gente cuida su peso, trata de consumir productos sanos y gasta más dinero para ofrecer lo mejor a su cuerpo.
Pero nuestro cuerpo es la envoltura del alma, del ser interior. ¿Estamos igual de atentos a las necesidades de nuestra alma? ¿Con qué la alimentamos? ¿Somos igual de exigentes que con nuestro cuerpo?
1. Tomemos hoy el tiempo para comer el verdadero pan. “El pan de Dios es aquel que descendió del cielo y da vida”. Jesús nos dice: “Yo soy el pan de vida” (Juan 6:33, 35). Cuando leemos la Biblia, Jesús se convierte en el alimento de nuestra alma.
2. Pero si hacemos «poco ejercicio», podemos ser «obesos espirituales», es decir, conocer todo sobre Jesús sin que nuestra vida esté comprometida con él. ¿Me esfuerzo en imitar a Jesús? ¿He tratado de servirle fielmente? Cristo “anduvo haciendo bienes” (Hechos 10:38). O ¿conocemos solo en teoría esta vida maravillosa de Cristo? ¿Por qué no seguirle y servirle desde hoy?
3. También es importante comer a horas fijas. Si no tengo la costumbre de leer mi Biblia en un momento preciso del día, a menudo no la leeré. ¿Por qué no fijar ahora mismo ese encuentro diario con mi Señor? ¡Cuidemos nuestra alma! Ella tiene gran valor a los ojos de Dios, pues Cristo la compró al precio de su propia vida.
“Y me dijo: Hijo de hombre, alimenta tu vientre, y llena tus entrañas de este rollo que yo te doy. Y lo comí, y fue en mi boca dulce como miel” (Ezequiel 3:3).
1 Reyes 18:1-19 – Marcos 16 – Salmo 62:1-4 – Proverbios 15:31-32