“La barbarie reapareció porque hemos dejado colapsar nuestra cultura. Estos jóvenes revolucionarios necesitan orientación; les hemos dado una sociedad sin bases, sin proyecto común y sin límites. Ellos necesitan espiritualidad; hemos hecho de una secularidad hueca un valor absoluto, y hemos erigido el consumo como la única forma de lograrlo. La cultura del entretenimiento y del consumo sin límites no satisface más a nadie. Es hora de darles un ideal”.

Esta constatación sobre el fracaso de nuestra sociedad, hecha por una periodista, muestra el vacío en el cual está sumergido el ser humano si no tiene recursos espirituales. Después de esta lúcida observación, la periodista lamentablemente no hizo una propuesta adecuada. Solo Dios puede darla. Nuestra sociedad rechaza a Dios, y esto nos lleva a la deriva. Caín, no queriendo escuchar a Dios, anduvo errante y vagabundo en la tierra (Génesis 4). No tenía rumbo fijo, ni objetivo, ni esperanza; obró según sus propios pensamientos, estaba irritado y abatido.

La Biblia nos da otro ejemplo, el del apóstol Pablo. Detenido en su camino de violencia y extravío, halló a Jesús, quien pasó a ser su vida, su modelo, su objetivo, su fuerza y su gozo. Su vida tomó otra dirección, halló un sentido y un objetivo. No encontró un ideal, sino la realidad, en la persona misma de Jesucristo.

Dios no rechaza a nadie. Él salva, guía y da un futuro a todo el que escucha su Palabra y le obedece: “Inclinad vuestro oído, y venid a mí; oíd, y vivirá vuestra alma” (Isaías 55:3).