Mi cuerpo está compuesto por dos partes: una material, el cuerpo; y otra inmaterial, el alma, que reside provisionalmente en el cuerpo. Mi cuerpo está destinado a ir al polvo: la Biblia me lo dice, y los innumerables cementerios, como todas las sepulturas que hay en el mundo, dan prueba de ello. Por el hecho de que soy pecador, como todos los hombres desde Adán, mi cuerpo, que proviene del polvo, debe volver al polvo; esto lo dijo Dios (Génesis 3:19). Cuando muera, mi alma dejará su envoltura mortal y volverá a Dios, quien la dio (Eclesiastés 12:7). En la Biblia, el corazón representa el ser interior (espíritu y alma), mientras el hombre exterior corresponde al cuerpo. El ser interior del hombre y su cuerpo no se oponen, sino que interactúan constantemente. En mi corazón se elaboran los pensamientos, las elecciones, las decisiones…
Si creí, el Espíritu Santo vive en mí, en mi ser interior. A través de sus cuidados continuos, percibo el amor de Dios por mí. Cuando alguien muere, su cuerpo es colocado en una tumba. Pero “vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y… saldrán” (Juan 5:28-29). Los que hayan creído en el Señor Jesús saldrán mediante la resurrección, gloriosos, semejantes a Cristo, quien vendrá a buscar a los que salvó, para que estén siempre con él (1 Tesalonicenses 4:16-17). Los que no hayan creído también resucitarán, pero para ser juzgados por el Dios santo (Apocalipsis 20:11-13). El creyente no resucitará para ser juzgado, pues Cristo fue juzgado en su lugar (Juan 5:24).
Génesis 29 – Mateo 16:13-28 – Salmo 17:6-9 – Proverbios 5:7-14