“Respondiendo Jesús, dijo: Un hombre descendía de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de ladrones, los cuales le despojaron; e hiriéndole, se fueron, dejándole medio muerto. Aconteció que descendió un sacerdote por aquel camino, y viéndole, pasó de largo. Asimismo un levita, llegando cerca de aquel lugar, y viéndole, pasó de largo. Pero un samaritano, que iba de camino, vino cerca de él, y viéndole, fue movido a misericordia; y acercándose, vendó sus heridas, echándoles aceite y vino; y poniéndole en su cabalgadura, lo llevó al mesón, y cuidó de él. Otro día al partir, sacó dos denarios, y los dio al mesonero, y le dijo: Cuídamele; y todo lo que gastes de más, yo te lo pagaré cuando regrese. ¿Quién, pues, de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones? Él dijo: El que usó de misericordia con él. Entonces Jesús le dijo: Ve, y haz tú lo mismo”.
Este relato, que incluso un niño puede comprender, nos muestra la profundidad de la entrega de Jesús para salvarnos. Él quiere acercarse a cada uno de nosotros, es decir, quiere ser nuestro Prójimo. Jesús viene a nosotros, no por casualidad, sino como alguien que nos ama y nos busca para liberarnos moralmente. Hoy lo hace por medio del Evangelio, la Palabra de Dios, “la cual puede salvar vuestras almas” (Santiago 1:21).
Estos mensajes diarios quieren ser como un poco de ese “aceite” y de ese “vino” que traen liberación, sanidad, ayuda… por la compasión de Jesús.
Génesis 1 – Mateo 1 – Salmo 1 – Proverbios 1:1-6