Un carcelero había encontrado abiertas todas las puertas de la cárcel. Estaba desesperado, a punto de quitarse la vida, cuando uno de sus prisioneros, el apóstol Pablo, gritó con una fuerte voz: “No te hagas ningún mal, pues todos estamos aquí”. Entonces el hombre hizo una pregunta: “¿Qué debo hacer para ser salvo?” (Hechos 16:28, 30). Su angustia como guardia que había fallado ya no le importaba, sino que se veía pecador ante Dios. La breve y simple respuesta a su pregunta fue inmediata: “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa” (Hechos 16:31). Por un lado estaba la necesidad fundamental de vivir, y por el otro la simple invitación a creer que Dios quiere dar la vida eterna. Si continuamos leyendo este relato, vemos cómo el carcelero respondió a esta propuesta y se convirtió. ¡A partir de ese momento su vida cambió!
Aún hoy, muchas personas desesperadas quieren acabar con su vida. Las estadísticas muestran que, en Francia, por ejemplo, el suicidio es una de las principales causas de mortalidad entre los jóvenes. Para Dios no hay casos perdidos. Él ofrece a todos una solución para empezar de nuevo y tener una vida feliz a su lado: creer en su Hijo Jesucristo, quien dio su vida para darnos el perdón de Dios y la vida eterna, una vida “en abundancia”. No nos promete una vida sin preocupaciones, sin pruebas, sin lágrimas, pero sí promete estar a nuestro lado. Nos pide poner en sus manos todo lo que nos carga. Podemos dejar que él nos lleve en sus brazos y saborear su amor inagotable.
Génesis 26 – Mateo 15:1-20 – Salmo 16:1-6 – Proverbios 4:14-19