Visitando el hospicio de Beaune (Francia), supimos que su rico fundador esperaba obtener la salvación de su alma cumpliendo una obra de caridad: “Yo, Nicolas Rolin, caballero, ciudadano de Autun, señor de Authumes y canciller de Borgoña, en este día domingo, el 4 del mes de agosto, en el año del Señor 1443… en el interés de mi salvación, deseoso de intercambiar los bienes temporales por los bienes celestiales… fundo y doto irrevocablemente la ciudad de Beaune con un hospital para los enfermos pobres, con una capilla, en honor a Dios”.
Quizá pensamos, como Nicolas Rolin, que hacer el bien inclinará la balanza de Dios del lado que nos interesa. Sin embargo, la Biblia nos recuerda nuestra total incapacidad para salvarnos a nosotros mismos. Solo “la sangre de Jesucristo… nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:7). ¿Pensamos añadir nuestros propios méritos a lo que Jesús hizo? Esto sería afrentar su gloria y minimizar el valor de la obra que él hizo en la cruz. ¡Solo la fe en Jesucristo salva!
Entonces el creyente, ¿debe permanecer inactivo y olvidar hacer el bien a los demás? ¡Claro que no! “La fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma” (Santiago 2:17). La Biblia anima al creyente a ser un ejemplo para el bien: “Los que creen en Dios procuren ocuparse en buenas obras” (Tito 3:8). Dios mira el corazón, conoce los motivos que nos hacen actuar. Estemos, pues, listos para cumplir con Jesús, nuestro Salvador y Maestro, esas buenas obras que lo honran.
Eclesiastés 6-7 – Apocalipsis 2:1-17 – Salmo 139:7-12 – Proverbios 29:13-14