No podremos demostrar la existencia de Dios mediante una serie de argumentos, pues Dios no se explica, sino que se revela, es decir, se acerca a nosotros. Su existencia se percibe por el hecho de que nos busca hasta encontrarnos. Quizá nos conformaríamos con un dios impersonal, o con un dios a nuestra manera; con una fuerza de vida sin forma que irrumpiría en nosotros, un inmenso poder del que podríamos sacar fuerzas. Pero Dios mismo, el Dios vivo que se acerca a nosotros, a mí personalmente, es otro asunto. ¡Qué experiencia conocer al Dios vivo! Una persona que hasta ese momento no quería saber nada de él, que le era hostil, cambia repentinamente. ¡Dios se vuelve real y presente a la vez! Pero, ¿qué sucedió, y cómo?
Desde el principio hasta el fin, la Biblia está llena de pasajes e imágenes que permiten aclarar tal acontecimiento. Revela a un Dios activo que muestra su existencia mediante llamados directos y acciones. Su encuentro con Saulo de Tarso quizá sea el mejor ejemplo. “¿Quién eres, Señor? Y le dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues” (Hechos 9:5). De repente Dios se hizo real en la vida de Saulo; él experimentó su presencia y sus intervenciones.
Jesús nos busca de maneras muy diferentes para hablarnos y para revelarse a cada uno de nosotros. Todavía hoy llama a nuestra puerta.
¿Estoy dispuesto a recibir a aquel que murió por mí, que está listo para perdonar todos mis pecados, que quiere borrar mi pasado y ayudarme a vivir todos los días con él?
Job 1 – Juan 19:1-30 – Salmo 119:129-136 – Proverbios 26:27-28