Al principio de su travesía por el desierto, el pueblo hebreo experimentaba los cuidados de su Dios todopoderoso. Pero la sed los desanimó. Entonces acusaron a Moisés de haberlos liberado de su esclavitud en Egipto para matarlos de sed en el desierto (Éxodo 17:3). En su angustia Moisés clamó a Dios, y él respondió con amor y gracia. Dijo a Moisés que golpease la roca con su vara. Moisés obedeció, el agua brotó y todo el pueblo pudo beber, así como también su ganado.
El Nuevo Testamento, segunda parte de la Biblia, nos enseña que esa roca es una imagen de Jesucristo: él fue “herido” al morir en la cruz, soportó el juicio que nosotros merecíamos. Por su sacrificio nos da la vida. Este pasaje del Antiguo Testamento declara: “Nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados… Por la rebelión de mi pueblo fue herido” (Isaías 53:4-5, 8).
Jesucristo fue herido en nuestro lugar, debido a la ira de Dios contra el mal, pues su justicia debía ser satisfecha. Si aceptamos que nuestros pecados causaron la muerte de Cristo, podemos aceptar luego su gracia que nos da la vida eterna, como un agua viva. Jesús nos invita: “El que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente” (Apocalipsis 22:17).
2 Crónicas 24 – 1 Corintios 14:20-40 – Salmo 104:14-18 – Proverbios 22:28