Las palabras “suerte”, “casualidad” o “azar” pertenecen a nuestro vocabulario cotidiano. Esta persona nunca tiene suerte; a aquella le sonrió la suerte, a otra le deseamos buena suerte… En realidad, quien emplea estas palabras deja suponer que la suerte de cada uno está sometida a la casualidad. La Biblia nos muestra que no es así y da una hermosa ilustración en el libro de Rut (unos 13 siglos antes de Jesucristo).
Rut era una joven moabita. Dejó su país para acompañar a Noemí, su suegra israelita que regresaba a Israel después de cierto tiempo de ausencia. Viudas y sin recursos, las dos llegaron a Belén de Judea. En este país Rut era considerada como una extranjera. No tenía ningún derecho para poder vivir allí. Para asegurar su supervivencia, Rut empezó a espigar en un campo de cebada, “y dio por
¡Qué plan de amor de Dios para una viuda extranjera y sin recursos! Así Dios nos muestra que lo que se considera una casualidad, de hecho no lo es, pues ¡él controla todo en la vida de cada persona! Ese Dios de amor es el que le conduce ahora a leer estas líneas, para que tenga un encuentro con Jesucristo, aquel que quiere y puede salvarle. Él es el Redentor.
2 Reyes 16 – Efesios 4:1-16 – Salmo 71:7-11 – Proverbios 17:11-12