Nombre misterioso, santo, inescrutable… Para muchos ese nombre es magnífico, es el nombre del amor, de la luz que Jesús, el Hijo de Dios, vino a manifestar en la tierra. Pero en su lenguaje algunos, conscientemente o no, asocian el nombre de Dios a expresiones que no convienen, manifestando impaciencia, ira, rebelión contra Dios y, algunas veces, blasfemia. La Biblia nos dice que Dios “no dará por inocente… al que tomare su nombre en vano” (Éxodo 20:7), o para mentir (Levítico 19:12).
Pronunciar el nombre de Dios en ritos religiosos o en oraciones recitadas sin reflexionar, sin una verdadera fe, es tomar el nombre de Dios en vano. Peor todavía es invocar ese nombre para acreditar un falso testimonio o una mentira. Ese nombre tampoco lleva un poder mágico puesto a nuestra disposición.
Jesús significa “Dios salvador”. Dios se dio a conocer mediante este nombre. Este es el nombre que toda persona debe invocar para ser liberada de sus pecados y recibir la gracia de Dios, incluso si hasta ese momento había sido un blasfemo. Al morir en la cruz, Jesús pagó por nuestros pecados; todo el que se arrepiente y cree en Jesucristo recibe un pleno perdón. Jesús es el único nombre que tiene el poder para ponernos en relación con el Padre.
Cristianos, portadores del hermoso nombre de Cristo, pidámosle que nos dé más valentía para hablar de su amor, y no nos avergoncemos del nombre de Jesús. Testifiquemos del gozo y de la paz que trae a nuestras vidas: ¡esa es la verdadera felicidad!
2 Reyes 7 – Romanos 12 – Salmo 68:15-20 – Proverbios 16:27-28