Todos los radios de una rueda están orientados hacia un mismo punto, es decir, su centro. Cristo es como ese “centro”: debemos ir a él tal como somos para obtener el perdón de nuestros pecados y recibir ese regalo incomparable, la vida eterna. Esta vida nos une a Cristo. “El que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente” (Apocalipsis 22:17).
Desde entonces, redimidos por el Señor Jesús, ya no estaremos solos en la vida. Al igual que los radios de la rueda, dirijamos nuestras miradas hacia él, quien es el centro. ¿Pasamos por dificultades? Oremos a él. ¿Tenemos que tomar una decisión? Escuchémoslo a través de la lectura de su Palabra. No olvidemos que él es el pastor que cuida a los suyos. Está cerca de nosotros, nos escucha; su amor no cambia. Unas horas antes de ser apresado y condenado a la muerte de la cruz, cenando con sus discípulos, Jesús les dijo “que su hora había llegado para que pasase de este mundo al Padre, como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin” (Juan 13:1).
Fijémonos también que cuanto más se acercan los radios al centro de la rueda, más cerca están los unos de los otros. La nueva naturaleza que el creyente recibió de Dios lo capacita, por el poder del Espíritu Santo, para amar a los demás.
Pero, al igual que el radio de la rueda, solo podremos hacerlo en la medida en que permanezcamos cerca del centro de toda bendición, es decir, Jesús. Si nos alejamos de él, seremos incapaces de hacer lo que él espera de nosotros. “Separados de mí nada podéis hacer” (Juan 15:5).
2 Reyes 4:25-44 – Romanos 10 – Salmo 67 – Proverbios 16:21-22