«Cuando yo era muy joven, mi familia vino de Ankara (Turquía) para vivir en Francia. Criado en la fe musulmana, no estaba satisfecho con lo que me enseñaban. Busqué, me interesé en otras religiones como el budismo, el cristianismo, pero Dios estaba ausente en mi vida. Yo buscaba a un Dios vivo. Cierto día me encontré con un cristiano y hablamos de Dios. Me di cuenta de que él tenía un conocimiento que yo no poseía. Lo acompañé a una reunión evangélica. Allí sentí una presencia poderosa y bienhechora. Ahora entiendo que era la presencia de Jesús.
Fui varios domingos seguidos a escuchar al predicador. Siempre hablaba de Jesús. Entonces me dije: “Esto es algo concreto; no es filosofía”. Era justo lo que buscaba. Necesitaba a un Dios vivo, pero no quería dejar que se me acercara. Sin embargo, Jesús me habló. No oí directamente la voz del Señor, no me refiero a eso, pero habló a mi corazón, y creí en él. ¡Tuvo compasión de mí! Esto es lo que se llama una conversión.
Fueron necesarios seis meses más para que el Señor me liberara de todo lo que me destruía: el alcohol y la droga. Ahora puedo testificar que, si desde lo más profundo de nuestro corazón creemos en Jesús, le pertenecemos y nos libera. Amarlo y creer en él es la puerta de entrada hacia una vida nueva. Ahora Jesús es mi pastor. ¡Me ama y cuida de mí!».
1 Reyes 22:29-53 – Romanos 7 – Salmo 65:5-8 – Proverbios 16:11-12