En la antigua Grecia existía un juego deportivo llamado “la carrera de las antorchas”. Se trataba de una carrera nocturna de relevos. Cada atleta entregaba al siguiente participante de su equipo una antorcha encendida. El equipo que primero lograra pasar la antorcha hasta el fin sin que se apagase, ganaba la carrera. Debía ser un espectáculo pintoresco e impresionante ver todas aquellas luces desplazarse rápidamente en la oscuridad.
Desde el principio del cristianismo, cada generación de creyentes transmite la “antorcha” de la fe a la siguiente generación. Aún hoy esas luces brillan esparcidas por todo el mundo. Están constituidas por el testimonio que cada creyente rinde a su Señor.
¿Qué antorchas brillan con más intensidad? Las de los creyentes que aman a Jesucristo con todo su corazón y se esfuerzan en obedecer sus enseñanzas. Mediante su comportamiento, sus palabras y sus hechos, pueden reflejar a su modelo, Aquel que es “la luz del mundo” (Juan 8:12).
¿Qué corredores ganan en la carrera cristiana? Los que ponen la mirada de la fe en la meta de su carrera: Jesús, victorioso, resucitado y llevado al cielo, el autor y consumador de la fe. Desde el cielo los dirige y los anima.
Anhelemos formar parte de esos vencedores. El Señor nos dice: “Vosotros sois la luz del mundo… Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo 5:14, 16).
1 Reyes 8:1-30 – Marcos 10:1-31 – Salmo 55:16-23 – Proverbios 15:7-8