El oficial británico Ernest Gordon (1916-2002) fue prisionero de guerra de los japoneses desde 1942. Él y miles de prisioneros fueron obligados a construir, en medio de la selva, un puente sobre el río Kwai para el ferrocarril que uniría Tailandia y Birmania. Las condiciones de vida inhumanas y la enfermedad llevaban a los prisioneros a la depresión y a la desesperación. Se estima que unos cien mil aldeanos y prisioneros murieron en la construcción de esa línea de tren de unos 415 km.
El ambiente entre ellos estaba marcado por la desconfianza y la dureza. A esto se añadía la maldad de los habitantes de los pueblos hacia los prisioneros que pasaban cuando iban al trabajo.
Sin embargo, Gordon cuenta que un día llegaron a un pueblo, y para su mayor sorpresa, los lugareños los trataron bien. Aunque no podían comprenderse, en sus rostros se podía leer una gran simpatía. Y mientras avanzaban, esas personas les dieron discretamente frutas, huevos, medicamentos y dinero.
“Más tarde supimos que todo el pueblo era cristiano. La luz del cristianismo había brillado en ese rincón de la selva gracias a una misionera que había continuado su obra a pesar de la guerra, antes de que fuese obligada a huir.
A nosotros los prisioneros esta benevolencia nos recordaba que seguía habiendo un modo de vida más humano. Y, sin palabras, el mensaje del cristianismo había sido transmitido”.
“En el tiempo de su tribulación clamaron a ti… y según tu gran misericordia les enviaste libertadores para que los salvasen de mano de sus enemigos” (Nehemías 9:27).
Ezequiel 32 – 1 Tesalonicenses 3 – Salmo 40:13-17 – Proverbios 13:5-6